El París de la Comuna: Bajo las llamas, una novela de Hervé Le Corre, y otras lecturas

Buscando la solución a una serie de desapariciones en el París de 1871, Bajo las llamas (Reservoir Books, 2020) recrea los últimos días de la Comuna, un proyecto de apenas setenta y dos días —entre el 18 de marzo y el 28 de mayo— del que pronto se cumplirán 150 años.

La novela comienza en la noche del 18 de mayo, cuando tres guardias nacionales destruyen en un acto de sabotaje un cañón del ejército versallés, acuartelado en el parisino Bois de Boulogne. La capital, asediada primero por las tropas prusianas y bombardeada desde principios de abril por las fuerzas del presidente Thiers, se ha convertido en un caos de polvo, humo y escombros. Tras el atentado, los soldados se retiran a través de un laberinto de calles y barricadas, donde conviven las gentes leales a la Comuna junto a sus detractores, y a los desesperados por el desastre que ya ven cercano.

Durante las jornadas siguientes, en las que los federados resisten, un —muy a su pesar— comisario de policía dejará en segundo plano otros asuntos para investigar quién se encuentra detrás de los secuestros que han tenido como objetivo a varias mujeres jóvenes. El nuevo gobierno municipal ha abolido la prostitución, lo cual hace pensar que el destino de las chicas desaparecidas será sustituir por la fuerza, en lugares clandestinos, a aquellas que antes sobrevivían en las calles.

Recordando un poco el contexto, Francia estaba en guerra con Prusia desde 1870. El conflicto terminó con la derrota de Napoleón III, la caída del Segundo Imperio francés y la restauración de la República. Francia capituló y el ejército prusiano desfiló por las calles de París el 1 de marzo de 1871. Sin embargo, la Guardia Nacional y la ciudadanía parisina se negaban a rendirse e intentaron proteger las armas utilizadas para combatir a los prusianos. En la madrugada del 17 al 18, el presidente Adolphe Thiers ordenó a las tropas recuperar el armamento y arrestar a los revolucionarios. Al día siguiente, la población trabajadora salió para reclamar la propiedad de los cañones, que habían sido forjados con aportaciones populares durante el asedio. En la colina de Montmartre los soldados se negaron a disparar a la multitud, uniéndose a ella.

La respuesta de Thiers fue ordenar la retirada del personal militar y del gobierno a Versalles, desde donde prepararía el siguiente asedio a la capital. Ante este giro, los parisinos, bajo la dirección del Comité Central de la Guardia Nacional, se hicieron cargo de la administración de la ciudad y convocaron elecciones el 26 de marzo. El nuevo consejo municipal electo se proclamó Comuna dos días más tarde. Durante las semanas siguientes los bombardeos fueron constantes; la urbe se fue fortificando, hasta que el domingo 21 de mayo el ejército entró en París. Se levantaron cientos de barricadas, la ciudad se defendió calle a calle, pero el día 28 la Comuna cayó, tras una «semana sangrienta» en la que los fusilamientos y encarcelamientos se contaron por decenas de miles. 

Estos hechos han generado toda clase de debates y desde luego no poca bibliografía. La obra de David Harvey, El París de la Modernidad (Akal, 2005), propone un análisis del contexto social, económico y político, partiendo de las transformaciones urbanas que se llevaron a cabo en la capital francesa durante el Segundo Imperio. El barón Haussmann acometió la remodelación de la ciudad a partir de 1853, cambiando su estructura medieval por los grandes bulevares que la dotaron de su identidad actual. Las demoliciones en la zona del centro y la falta de oferta inmobiliaria para las rentas más bajas hicieron que éstas se desplazaran hacia la periferia. Pervivían los talleres artesanales mientras las nuevas industrias se expandían y París reforzaba su papel como centro de comunicaciones, finanzas, comercio y cultura.

Harvey dedica un capítulo a explicar la situación de las mujeres, consideradas como menores por el Código napoleónico, con unas casi nulas posibilidades de independencia económica o libertad de acción. Para algunos sectores de la industria eran objeto de contratación preferente por sus menores salarios, pero su empleo solía ser una necesidad en la medida en que la remuneración del hombre muchas veces era insuficiente para mantener a una familia.

Ellas fueron parte muy activa en los sucesos de 1871; también fueron objeto de las más duras críticas en los escritos anti Comuna. Paul Lidsky, en su obra Los escritores contra la Comuna (Siglo XXI, 1971), estudió cómo se construyeron los estereotipos negativos sobre este levantamiento, que continuaba la tradición revolucionaria iniciada en Francia en 1789, aunque esta vez inspirada en las nuevas ideas que se venían gestando a lo largo del siglo. Desde el punto de vista de algunos escritores de la época, se trataba de un mero producto de la más pura irracionalidad sin ningún sentido político, como tampoco lo tuvo para ellos la participación de las mujeres en el movimiento, las cuales les causaron tanta admiración por su heroicidad como rechazo.

La maestra y escritora Louise Michel fue una de ellas. Encarcelada y deportada  a Nueva Caledonia por su actuación en el levantamiento, escribió veinticinco años después una crónica a medio camino entre la literatura y el periodismo, La Comuna de París: Historia y recuerdos (LaMalatesta, 2014), donde narra los antecedentes, los sucesos que desencadenaron su proclamación y su desenlace. Explica las medidas que se llevaron a cabo durante aquel breve período y habla también del papel de las mujeres: su implicación en la defensa armada de la capital, en la gestión de escuelas profesionales y colegios infantiles, en el apoyo a las víctimas de la guerra, en los hospitales de campaña, en los comedores populares, y en la vida asociativa en general.

Las mujeres no se preguntaban si una cosa era posible, sino si era útil, y entonces lograban llevarla a cabo.

A pesar de las circunstancias, también se intentó que la vida continuara con normalidad durante aquellas semanas. Esta es una parte de su relato:

Los museos estaban abiertos al público así como el jardín de Les Tuileries y otros, para los niños.

En la Academia de Ciencias los sabios discutían en paz, sin ocuparse de la Comuna, que no pesaba sobre ellos.

Thénard, los Becquerel padre e hijo y Élie de Beaumont se reunían como de costumbre. 

En la sesión del 3 de abril, por ejemplo, el señor Sedillot envió un folleto sobre la cura de las heridas en el campo de batalla, el señor Drouet sobre los diversos tratamientos para el cólera, que estaba muy extendido, mientras que el señor Simon Newcombe, un americano, se alejaba por completo del marco de los acontecimientos y hasta de la tierra al analizar el movimiento de la luna alrededor de nuestro planeta. (…)

Los sabios se ocuparon de todo en medio de una tranquilidad absoluta, desde la vegetación anormal de un bulbo de jacinto hasta las corrientes eléctricas. (…)

En todas partes, había cursos abiertos en respuesta al ardor de la juventud. 

Se quería todo la vez: artes ciencias, literatura, descubrimientos; la vida resplandecía. Todos teníamos prisa por escapar del viejo mundo.

Bibliografía académica sobre la época se puede consultar en el catálogo las bibliotecas de la universidad.  La novela de Hervé Le Corre es una opción para acercarse desde la ficción a los últimos días de la Comuna.

V. Maldonado

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