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Diálogo con quien una vez fue «joven y luminosa»: Arde este libro, Fernando Marías

«Ahora mismo nadie más en Madrid está viviendo está felicidad, recuerdo que pensé». En una noche de verano de 1979, Verónica y Fernando pasean por Madrid. Bares de copas que fueron seña de identidad de aquella agitación conocida más tarde como la Movida, —el Pentagrama, La Vía Láctea— están ya en funcionamiento. Hay vida nocturna, proyectos y música por todas partes. Es una época de ilusiones construidas y muchas veces perdidas.

Desde aquel verano de 1979 han pasado cuarenta años. Ambos fueron pareja más de veinte, y ahora convergen en esta obra autobiográfica en la que Fernando Marías se dirige a su compañera ya fallecida para evocar una felicidad que se desvaneció, abatida por la derrota del alcoholismo y el desamor. Un texto que se adentra «por un sendero de recuerdos afilados», por un tiempo que acabó separándolos cuando ambos desacompasaron su relación con la bebida. Él se alejó, ella sin embargo quedó atrapada en esta adicción, que en un fragmento del libro se nombra como «enfermedad atroz».

Pero la historia comienza antes, con detalles de la infancia y la juventud del escritor, y su encuentro con Verónica. Siguen reflexiones e hitos con fechas precisas sobre los que vuelve—cuándo se conocieron, la ocasión en la que ella aceptó probar su primera copa ante la insistencia de él, o cuándo fue diagnosticada de una enfermedad mental—, para detenerse también en momentos aparentemente sin trascendencia, aquellos cuyo valor solo se revela en el conjunto de una biografía.

Verónica —Veronique era su verdadero nombre— murió en 2012 y fue incinerada llevando entre las manos un ejemplar de la novela de Fernando Marías, La luz prodigiosa. Es la imagen que da título a esta obra, un texto que no elude, y a la vez pasa con cuidado por la cercanía de los detalles más duros, por los contornos del dolor y la culpa. Un relato hondo, arriesgado y crítico con los propios actos, en el que también son protagonistas el tiempo y la memoria, y la extraña química que ejercen sobre lo acontecido.

Arde este libro (Alrevés Editorial, 2021) y otras obras de Fernando Marías se encuentran disponibles en las bibliotecas de la Universidad.

V. Maldonado

Primavera de canciones y guerrilla: Tengo miedo torero, de Pedro Lemebel

Marchas estudiantiles, paros nacionales, cortes de suministro eléctrico, caceroladas, barricadas y protestas en las calles de Santiago de Chile marcaron la época en la que se desarrolla la novela del artista y escritor chileno Pedro Lemebel, Tengo miedo torero, publicada por primera vez en 2001 y reeditada en 2021 por la editorial Las Afueras. Este título y la colección de relatos Incontables (1986) forman la parte narrativa de su obra literaria, que dedicó sobre todo a la crónica. Tengo miedo torero apareció en las listas de libros más vendidos en Chile y la obra de este autor, galardonado con el Premio Iberoamericano de Letras “José Donoso”, ha sido tratada en numerosos artículos, reseñas, ensayos y trabajos académicos. Recordemos su novela, que une un amor de ficción y la recreación de hechos reales sucedidos en Chile en 1986.

Panfleto del período de la dictadura militar (1973-1988)

Aquel fue también el año en el que la organización guerrillera Frente Patriótico Manuel Rodríguez organizó un atentado fallido contra el dictador Augusto Pinochet. La historia comienza en la primavera de aquel año, con el encuentro casual en Santiago de los dos protagonistas: un homosexual conocido como la Loca del Frente y un estudiante universitario que se presenta con el nombre de Carlos. El chico le pide como favor a la Loca que le guarde algunas cajas con libros prohibidos por la dictadura, y más tarde que permita a sus compañeros de universidad estudiar en el altillo de su apartamento. La Loca del Frente, enamorada rendida e incondicionalmente de él, no ve la forma de negarle ninguna de las peticiones y le abre de par en par las puertas de su casa con tal de tenerle cerca. Se trata de un estrafalario lugar, decorado con abanicos, mantillas, encajes y tules, y ambientado con música de baladas, boleros y algún pasodoble como el que da título al libro. La realidad es que Carlos forma parte del grupo que prepara el atentado, y es así como la casa y el altillo se convierten en almacén y centro de reuniones de los miembros del Frente Patriótico.

Este amor no correspondido y los acontecimientos de un tiempo decisivo en Chile van definiendo la trama, con la presencia alternativa en escena de otra pareja: Augusto Pinochet y su esposa Lucía Hiriart. El reflejo de su convivencia, la charla de la mujer y las conversaciones de ambos hacen de esta novela además una sátira política, en la que son una parte importante los monólogos interiores y las pesadillas del dictador. Una de ellas, por cierto, trae a la memoria el cuento de Julio Cortázar, Circe, donde también aparecen relacionados unos dulces —bombones en este caso— con otros elementos que difícilmente pueden imaginarse unidos.

Centrándonos en el personaje de la Loca del Frente, vemos que aparece mencionado en masculino y femenino, y caracterizado de forma inequívoca: «mariposuelo», «pájara oxigenada», «mariflor», «trululú», «rififí», «colipata», «marilaucha»,… Asume el rol de una determinada feminidad, que representa con buenas dosis de escenificación —«Es que tengo alma de actriz»—, sentido del humor y uso de un lenguaje cargado de riqueza, el mismo en el que se desarrolla toda la obra. Las circunstancias que le separan de su amado  —diferente condición sexual, distancia social, formación, edad—, y la no reciprocidad, hacen de su amor algo de mil formas imposible. La pregunta es si de verdad resulta tan insalvable el abismo, porque él también participa de alguna manera en el enredo; juguetea, le ofrece claras muestras de ternura y amistad, y actúa con un papel galante en las fantasías de la Loca. Es más, en algún momento, Carlos la contempla y admite que «Nunca una mujer le había provocado tanto cataclismo a su cabeza. Ninguna había logrado desconcentrarlo tanto, con tanta locura y liviandad. No recordaba polola alguna de las muchas que rondaron su corazón capaz de hacer ese teatro por él (…). Ninguna, se dijo, mirándolo con los ojos bajos y confundidos».

Otra cuestión es cuánto sabe la Loca de lo que ocurre en la casa. En principio parece que no quiere ser consciente del peligro al que la expone su estudiante ocultándole que las cajas contienen material para el atentado: «Carlos no podía mentirle, no podía haberla engañado con esos ojos tan dulces. Y si lo había hecho, mejor no saber, mejor hacerse la lesa, la más tonta de las locas, la más bruta, que solo sabía bordar y cantar canciones viejas». Esa imagen como mujer, haciendo que no ve, capaz del mayor sacrificio por amor, la convierte en un personaje enormemente triste y vulnerable. Sin embargo, Carlos no aparece tratado en la novela como una persona indigna que únicamente la utiliza; hay finalmente un intercambio de información entre ambos en el que la Loca revela su acuerdo implícito con las actividades que tienen lugar en el altillo: «Sería peligroso que tú manejaras más información. ¿Y por qué?, ¿no estamos metidos los dos en lo mismo? Seguro, afirmó Carlos, y a ella le encantó compartir ese los dos, ese nosotros que él reafirmaba como peligrosa complicidad».

Se ha hablado de la relación de Tengo miedo torero con otras obras como El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, o el cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz. Existe también un precedente de «loca» en la literatura chilena: Manuel González Astica (Manuela), protagonista de la novela de José Donoso El lugar sin límites. En ella se muestra cómo, cuando Manuela atraviesa la puerta de su refugio —el prostíbulo donde vive— para participar en alguna juerga nocturna, se entrelazan lamentablemente las fronteras entre la fiesta y la violencia. Ojalá que este tipo de hechos permaneciera solo en la ficción.

Sobre la figura de Pedro Lemebel (Santiago de Chile, 1952-2015), su trayectoria y su legado, existen en Internet diferentes entrevistas, reportajes, documentales y grabaciones de sus crónicas en radio. Además se puede leer su emocionante Manifiesto de 1986 Hablo por mi diferencia. Esta es una entrevista de 2001 en Canal 13 de la televisión chilena:

 

V. Maldonado

El París de la Comuna: Bajo las llamas, una novela de Hervé Le Corre, y otras lecturas

Buscando la solución a una serie de desapariciones en el París de 1871, Bajo las llamas (Reservoir Books, 2020) recrea los últimos días de la Comuna, un proyecto de apenas setenta y dos días —entre el 18 de marzo y el 28 de mayo— del que pronto se cumplirán 150 años.

La novela comienza en la noche del 18 de mayo, cuando tres guardias nacionales destruyen en un acto de sabotaje un cañón del ejército versallés, acuartelado en el parisino Bois de Boulogne. La capital, asediada primero por las tropas prusianas y bombardeada desde principios de abril por las fuerzas del presidente Thiers, se ha convertido en un caos de polvo, humo y escombros. Tras el atentado, los soldados se retiran a través de un laberinto de calles y barricadas, donde conviven las gentes leales a la Comuna junto a sus detractores, y a los desesperados por el desastre que ya ven cercano.

Durante las jornadas siguientes, en las que los federados resisten, un —muy a su pesar— comisario de policía dejará en segundo plano otros asuntos para investigar quién se encuentra detrás de los secuestros que han tenido como objetivo a varias mujeres jóvenes. El nuevo gobierno municipal ha abolido la prostitución, lo cual hace pensar que el destino de las chicas desaparecidas será sustituir por la fuerza, en lugares clandestinos, a aquellas que antes sobrevivían en las calles.

Recordando un poco el contexto, Francia estaba en guerra con Prusia desde 1870. El conflicto terminó con la derrota de Napoleón III, la caída del Segundo Imperio francés y la restauración de la República. Francia capituló y el ejército prusiano desfiló por las calles de París el 1 de marzo de 1871. Sin embargo, la Guardia Nacional y la ciudadanía parisina se negaban a rendirse e intentaron proteger las armas utilizadas para combatir a los prusianos. En la madrugada del 17 al 18, el presidente Adolphe Thiers ordenó a las tropas recuperar el armamento y arrestar a los revolucionarios. Al día siguiente, la población trabajadora salió para reclamar la propiedad de los cañones, que habían sido forjados con aportaciones populares durante el asedio. En la colina de Montmartre los soldados se negaron a disparar a la multitud, uniéndose a ella.

La respuesta de Thiers fue ordenar la retirada del personal militar y del gobierno a Versalles, desde donde prepararía el siguiente asedio a la capital. Ante este giro, los parisinos, bajo la dirección del Comité Central de la Guardia Nacional, se hicieron cargo de la administración de la ciudad y convocaron elecciones el 26 de marzo. El nuevo consejo municipal electo se proclamó Comuna dos días más tarde. Durante las semanas siguientes los bombardeos fueron constantes; la urbe se fue fortificando, hasta que el domingo 21 de mayo el ejército entró en París. Se levantaron cientos de barricadas, la ciudad se defendió calle a calle, pero el día 28 la Comuna cayó, tras una «semana sangrienta» en la que los fusilamientos y encarcelamientos se contaron por decenas de miles. 

Estos hechos han generado toda clase de debates y desde luego no poca bibliografía. La obra de David Harvey, El París de la Modernidad (Akal, 2005), propone un análisis del contexto social, económico y político, partiendo de las transformaciones urbanas que se llevaron a cabo en la capital francesa durante el Segundo Imperio. El barón Haussmann acometió la remodelación de la ciudad a partir de 1853, cambiando su estructura medieval por los grandes bulevares que la dotaron de su identidad actual. Las demoliciones en la zona del centro y la falta de oferta inmobiliaria para las rentas más bajas hicieron que éstas se desplazaran hacia la periferia. Pervivían los talleres artesanales mientras las nuevas industrias se expandían y París reforzaba su papel como centro de comunicaciones, finanzas, comercio y cultura.

Harvey dedica un capítulo a explicar la situación de las mujeres, consideradas como menores por el Código napoleónico, con unas casi nulas posibilidades de independencia económica o libertad de acción. Para algunos sectores de la industria eran objeto de contratación preferente por sus menores salarios, pero su empleo solía ser una necesidad en la medida en que la remuneración del hombre muchas veces era insuficiente para mantener a una familia.

Ellas fueron parte muy activa en los sucesos de 1871; también fueron objeto de las más duras críticas en los escritos anti Comuna. Paul Lidsky, en su obra Los escritores contra la Comuna (Siglo XXI, 1971), estudió cómo se construyeron los estereotipos negativos sobre este levantamiento, que continuaba la tradición revolucionaria iniciada en Francia en 1789, aunque esta vez inspirada en las nuevas ideas que se venían gestando a lo largo del siglo. Desde el punto de vista de algunos escritores de la época, se trataba de un mero producto de la más pura irracionalidad sin ningún sentido político, como tampoco lo tuvo para ellos la participación de las mujeres en el movimiento, las cuales les causaron tanta admiración por su heroicidad como rechazo.

La maestra y escritora Louise Michel fue una de ellas. Encarcelada y deportada  a Nueva Caledonia por su actuación en el levantamiento, escribió veinticinco años después una crónica a medio camino entre la literatura y el periodismo, La Comuna de París: Historia y recuerdos (LaMalatesta, 2014), donde narra los antecedentes, los sucesos que desencadenaron su proclamación y su desenlace. Explica las medidas que se llevaron a cabo durante aquel breve período y habla también del papel de las mujeres: su implicación en la defensa armada de la capital, en la gestión de escuelas profesionales y colegios infantiles, en el apoyo a las víctimas de la guerra, en los hospitales de campaña, en los comedores populares, y en la vida asociativa en general.

Las mujeres no se preguntaban si una cosa era posible, sino si era útil, y entonces lograban llevarla a cabo.

A pesar de las circunstancias, también se intentó que la vida continuara con normalidad durante aquellas semanas. Esta es una parte de su relato:

Los museos estaban abiertos al público así como el jardín de Les Tuileries y otros, para los niños.

En la Academia de Ciencias los sabios discutían en paz, sin ocuparse de la Comuna, que no pesaba sobre ellos.

Thénard, los Becquerel padre e hijo y Élie de Beaumont se reunían como de costumbre. 

En la sesión del 3 de abril, por ejemplo, el señor Sedillot envió un folleto sobre la cura de las heridas en el campo de batalla, el señor Drouet sobre los diversos tratamientos para el cólera, que estaba muy extendido, mientras que el señor Simon Newcombe, un americano, se alejaba por completo del marco de los acontecimientos y hasta de la tierra al analizar el movimiento de la luna alrededor de nuestro planeta. (…)

Los sabios se ocuparon de todo en medio de una tranquilidad absoluta, desde la vegetación anormal de un bulbo de jacinto hasta las corrientes eléctricas. (…)

En todas partes, había cursos abiertos en respuesta al ardor de la juventud. 

Se quería todo la vez: artes ciencias, literatura, descubrimientos; la vida resplandecía. Todos teníamos prisa por escapar del viejo mundo.

Bibliografía académica sobre la época se puede consultar en el catálogo las bibliotecas de la universidad.  La novela de Hervé Le Corre es una opción para acercarse desde la ficción a los últimos días de la Comuna.

V. Maldonado