Comentario a Todos se van, de Wendy Guerra

El pasado 23 de marzo, en el Club Internacional de Lectura y Pensamiento se habló largo y tendido sobre Todos se van, de la escritora cubana Wendy Guerra. La alumna de la Universidad Carmen Mariana Muñoz Cotarelo nos escribe su interpretación personal del libro:

“Todos se van”, de Wendy Guerra, rescata el género del diario y transporta una realidad social a una ficción del espacio interior, un discurso que trasciende a la autora y goza de identidad propia.

La voz del Diario, sin pecar de propagandística, es la voz de una patria que evoluciona al amparo de las circunstancias, las decisiones, la propia vida y una idea que permanecerá de principio a fin: la diferencia entre el <<aquí>> y el <<allí>>.

El <<aquí>>, Cuba, se erige como la familia, la colectividad; un sentimiento incuestionable de pertenencia: los mismos valores, la misma sangre. Es una aceptación rayana en pavor hacia lo desconocido —<<¿qué aguarda allí?>>—, dar por sentado que el destierro, despojarse de lo colectivo, supone dejar de ser uno mismo.

Cada personaje de “Todos se van” cumple un papel; Nieve, la narradora (cuyo nombre, de por sí, le confiere una cierta peculiaridad), quien da voz al Diario; el Padre, epítome de ese Estado con apariencia de Salvador, violento tras todo disfraz, director de teatro y marionetista; la madre, misógina confesa, que encarna a una sociedad débil —más allá, incluso, de la misoginia, prevalece el sometimiento de la propia sociedad al Estado: ésta depende de Él—, víctima de un destierro que llega a quebrantarla, firmemente convencida de que sólo el progreso permitirá el avance —tanto para la mujer en el ámbito doméstico como para la sociedad.

Cumplen un papel igualmente simbólico los tres amores de Nieve; el primero, fiel y tierno; el segundo, teñido de una falsa madurez, engañoso; el tercero, desinhibido, auténtico. ¿No son, acaso, las tres etapas de una vida? La infancia, la vanidad de una madurez que no deja de ser adolescencia (un grito por la independencia, una búsqueda del yo, el descubrimiento de la cruda realidad), y la edad adulta, enhebrada a ataduras irrompibles.

Y, al final, todos se van; los que huyen en busca de un futuro mejor, los que se escapan de sí mismos y se unen a una resistencia que consiga desvertebrar su destino, las tres edades, la propia vida.

Cuánto desencanto, cuánta nostalgia.

Carmen Mariana Muñoz Cotarelo


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