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Leyendo a Siri Hustvedt en octubre

¿De dónde vienen las historias? Por qué no, quizá sea esta la pregunta fundamental. Cuando uno lee un libro, las historias van apareciendo ante su mirada, una detrás de otra, o entrelazadas, o confundidas. Cuando uno escribe un libro las historias no fluyen del mismo modo, ni evolucionan o se mezclan o se ramifican con facilidad. Cuando uno vive una vida, las historias corren a lo largo del terreno, te hacen tropezar o te aúpan como una ola aúpa al surfista, las historias aparecen y desaparecen a veces antes de que las atrapes.

Nuestra novelista de octubre, la estadounidense Siri Hustvedt, es especialista en reflexionar sobre las historias.

Cuando escribo una novela, siempre tengo la sensación de estar desenterrando viejos recuerdos, intentando dar la versión correcta de la historia. Pero ¿cómo puedo saber cuál es la historia correcta? ¿Por qué una historia y no otra?

Elegí este libro para leer en octubre por la campaña #LeoAutorasOct y porque octubre es el mes de las escritoras y porque en realidad leo más escritoras que escritores pero en el fondo qué importa. Elegí leer la novela Recuerdos del futuro, de Siri Husvedt (Seix Barral, 2019) al mismo tiempo que su ensayo La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral, 2017), libro del que procede la cita anterior.

La novela que traigo es, en palabras de la protagonista del libro, «un montón de páginas que iba en varias direcciones a la vez». La protagonista que habla del propio libro que protagoniza es un alter ego de Siri Hustvedt, responde a las mismas iniciales de S.H. -aunque las comparte también con Sherlock Holmes- , nació como ella en el estado de Minnesota, viajó como ella a Nueva York en los 70 para estudiar y para consagrarse a la escritura, tiene como ella una hija artista -aunque un marido muy distinto, pero no hablemos de él- y tantas cosas en común que, como pasa cuando parece que la autora/personaje pierde el control del libro, las historias pueden ser de una S.H. o de la otra S.H. y se ramifican, se mezclan, aparecen y sobre todo desaparecen.

Estoy escribiendo ahora, escribiendo contra el tiempo, por el tiempo, con el tiempo y en el tiempo. Estoy escribiendo fuera de mi tiempo e introduciéndome en el tuyo, lector. Hay magia en este simple acto ¿no? Para ti podría ser el año que viene mientras que para mí todavía es este año. Para Página, en la página, los muertos hablan a los vivos. Recuérdese que los espíritus inquietos se elevan y salen de la biblioteca para atormentarnos.

S.H. vive en esta novela al menos en dos tiempos: uno es el presente de la joven escritora que ha alquilado un cuchitril en Nueva York, que corre ciertas aventuras y trata de escribir un libro; otro es el presente de la misma escritora, treinta o cuarenta años después, que vive el deterioro de la memoria de su madre recuperando su propia memoria y reflexionando sobre su propia escritura. La joven S.H. desarrolla una historia que querría ser del otro S.H. que mencioné, Sherlock Holmes, pero no se asusten porque no sigue por ahí el libro; la joven S.H. al mismo tiempo vive su propia historia de misterio e intriga, con algo de hippismo setentero y algo de parodia del New Age imperante en la época. La S.H. madura recupera su memoria del pasado a través de cartas perdidas y de nuevo encontradas, diarios, visitas a su madre,  y una serie reflexiones sobre su propia escritura.

Parece que se confirma el título de «Recuerdos del futuro» cuando nos damos cuenta de esa mezcla de tiempos que es constante en la novela, y a mi juicio lo que podría resultar pretencioso – S.H. me disculpe- resulta en cambio gracioso: tiene algo de las partes «Del lado de acá» y «Del lado de allá» de Rayuela – Cortázar me disculpe-, algo del intercalado de tiempos y personas de «Conversación en La Catedral» -con permiso de Don Mario- y hasta la broma cósmica de titular su libro igual que un célebre bestseller de la New Age de los años 70, del experto en extraterrestres Erich von Däniken.

Cualquier libro supone el paso de la inmediatez a la reflexión. Cualquier libro comprende un deseo perverso de cargarse el tiempo, de burlar su tirón inevitable. Blablablá y dumdadidúm. ¿Qué busco? ¿A dónde voy? ¿Estoy buscando en vano el momento en que el futuro que es ahora el pasado me hizo señas con su cara amplia y vacía, y yo me encogí, tropecé o corrí en la dirección equivocada?

Claro que yo sigo mostrándoles citas de la parte más reflexiva del texto, pero no crean que se trata de eso todo el tiempo. Es una novela, deconstruida pero novela, con acción, o mejor dicho acciones, o mejor dicho historias. Y entre las historias hay su parte de intriga, su parte de romance, su parte de crecimiento personal, etc. Y entre las historias, como contaba al comienzo, las hay que aparecen y las hay que desaparecen. Como la de Wanda, la estudiante de ruso en la universidad que aparece en un breve encuentro en una cafetería en las primeras páginas y no vuelve a aparecer en todo el libro y que yo -S.H. me perdone el robo- rescaté de la página 27 y trasladé a un pequeño relato que escribí, pero eso es otra historia. Como Isadora, presente en la novela dentro de la novela y que sufre su propia evolución, O como Aaron, personaje que aparece y desaparece, en la misma cafetería que Wanda pero sin relación con ella. Y Lucy Brite hablando al otro lado de la pared, y su círculo de amigos esotéricos de pacotilla. O Marcel Duchamp, que se cuela en la novela para ser desenmascarado como falso artista.

Pero dejemos ya el libro y volvamos a la autora, que lo que yo quería era sumarme a la celebración de leer autoras en octubre. Nuestra autora S.H. se retrata de un modo muy curioso en la página 148:

Soy una narradora sofisticada, madura y erudita, en general amable aunque puedo ser cruel, y tan proclive al engaño como cualquiera pese a que intento ser honesta conmigo misma y admito que hay lagunas en mi propia historia. Estoy tarareando mi canción a mi manera, señora, mientras me abro paso por avenidas y callejones y entro en edificios donde subo en el ascensor o por las escaleras y abro y cierro puertas y, sí, pego la oreja a las paredes, bolígrafo y cuaderno en mano.

Quedémonos con esta descripción, que al menos a mí me parece un poco teresiana, en el Día de las Escritoras. Y si quieren leer a S.H. en la biblioteca tenemos todo esto disponible.

 

Honorio Penadés, 15 de octubre de 2021, festividad de Santa Teresa de Jesús

Recuerdos infantiles y «El viento de la luna» de Antonio Muñoz Molina

Hay que tener una cierta edad para recordar aquel día de verano, en la que muchos estábamos de vacaciones escolares, y vimos en la televisión de un bar como Neil Armstrong pisaba la luna. Este acontecimiento tan impactante y emocionante a los ojos de una niña, fue hace 50 años un caluroso 20 de julio.

Foto Irene Llinares

Armstrong se convirtió en el primer hombre que pisó la luna a la vez que decía “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”.

El 50 aniversario hace que fluyan recuerdos y momentos muy agradables y por ese motivo es justo recordarlo con una lectura de Antonio Muñoz Molina “El viento de la luna”.

Novela ambientada en la ciudad imaginaria de Mágina que coincide con el período de la aventura del Apolo XI.

Es una novela de contrastes y cambios, visto a través de los ojos de un adolescente, que vive en un núcleo rural y la hazaña de llegar el hombre a la luna.

Refleja un momento de la sociedad española, que estando relativamente cerca, parece que hayan pasado muchos años, porque ha habido muchos cambios en la forma de vivir, de pensar y de afrontar los acontecimientos.

Entre estos cambios y contrastes, está nuestro protagonista, que pasa de la niñez a la adolescencia, cambios en su cuerpo, en sus inquietudes y curiosidades, en cómo se diferencia de sus padres y abuelos.

“Todo ha cambiado sin que yo me diera cuenta, sin que suceda en apariencia ningún cambio exterior. Siendo que soy el mismo pero no me reconozco del todo cuando me miro en el espejo o cuando observo las modificaciones  y las excrecencias que ha sufrido mi cuerpo, y que me asustaban cuando empecé a advertir algunos de sus signos.”

Cambios en la sociedad, contrastes entre los que son más tradicionales y los que asumen mejor las novedades, como es el caso de su tía.

“El último adelanto –dice mi tía Lola-. Se bate el helado, dándole a un botón, se pone en el molde, se guarda en el congelador del frigorífico y a la media hora ya puedes comértelo, y es mucho más sano y más sabroso que los de las heladerías.

Pero es que nosotros no tenemos frigorífico –dice melancólicamente mi hermana.

Ni falta que nos hace – dice mi abuela-. Para que lo queremos teniendo un pozo tan fresco.”

Cambios y contrastes en lo cotidiano, mientras la repetición de los acontecimientos año tras año, generación tras generación da seguridad a muchos con indiferencia hacia el mundo exterior, a nuestro protagonista le genera desasosiego y tiene inquietud por lo desconocido.

La narración comienza con el despegue del Apolo el 16 de julio de 1969 en la imaginación de un muchacho, que vive el despegue con mucha intensidad.

Recuerdos vistos desde la madurez, en ellos mezcla el itinerario de los astronautas, que sigue con pasión, con su quehacer cotidiano, mostrando su relación con los mayores, con su entorno, mostrando una familia muy apegada a las tradiciones haciendo el mismo trabajo que sus antepasados. En este discurrir de acontecimientos incluye recuerdos del pasado, algunos tratados con miedo, resquemor y medias palabras. Muestra la importancia de la educación tan influida y condicionada por la religión, educación basada en el miedo.

Novela lenta y prolífica en las descripciones muestra con gran maestría los cambios producidos en el muchacho y en la sociedad y reflejando muy bien la sociedad de finales de los años 60.

De lectura muy recomendable, tenemos ejemplares en nuestra Biblioteca.

Rosa Jiménez Villarín

 

 

 

 

Dos mujeres descalzas: Carrie Fisher y Eve Babitz

Soy un mal lector, o al menos soy muy malo recordando lo que leo. Trataré de recordar juntos dos libros que he leído.

Sé que me senté a leer la autobiografía de Carrie Fisher poco después de su muerte; mi registro de Goodreads me ayuda y me dice que leí el libro en enero de 2017, al mes siguiente de que muriera la actriz, guionista y escritora. Recuerdo que lo busqué en la biblioteca (no lo tenemos, ni ninguno de sus libros) y compré en Amazon el libro en papel. Supongo que vendieron todos los ejemplares disponibles y los repartieron por el planeta; creo que puedo considerarme afortunado por haber conseguido el mío en las primeras semanas.

Queremos tanto a Carrie.

Carrie Fisher escribió este libro autobiográfico a partir de los textos que ella misma preparó para su espectáculo (un monólogo) del mismo título que representó en Broadway; a partir del monólogo surge además una película emitida por HBO, vendida en DVD y que hoy se puede ver en alguna cadena de vídeo por suscripción. Todo se pudo comprar al mismo tiempo: las entradas para el espectáculo en los teatros, el libro y la película, y eso es un posible resumen de la vida de Carrie Fisher, siempre expuesta, como en un escaparate, como si estuviera en venta. El hecho, además, de que después de muerta se haya seguido usando su imagen (escenas pregrabadas e imágenes virtuales creadas casi como si fueran dibujos animados) en las nuevas películas de la saga Star Wars, pincha sobre la misma herida que la actriz y escritora nos cuenta durante todo su libro: ella fue siempre un producto.

La protagonista de la primera trilogía de la saga Star Wars (La guerra de las galaxias 1977, El imperio contraataca 1980 y El retorno del Jedi 1983) comienza y acaba su libro riéndose de sí misma en un tono de cruel sarcasmo, y tras dejarse por los suelos (en el teatro, literalmente) inicia una crónica de su infancia y juventud, en la que su madre -actriz famosa- y su padre -famoso cantante- acaban también descabezados, como descabezados quedan los galanes de estas películas –Harrison Ford especialmente- el creador de la saga George Lucas -al que se somete a una precuela del #MeToo- sus ex novios y ex maridos –Paul Simon recibe también lo suyo. No vayan a creer con esto que este libro es un ajuste de cuentas acusatorio al estilo de una confesión de famosa venida a menos en un programa televisivo; más bien lo veo como un psicoanálisis a cielo abierto, repleto de frases lapidarias, de incisivas reflexiones, y de impresiones sobre la vida de una chica rica y famosa, alcohólica y drogadicta, en una ciudad de Los Angeles donde se venden todos los pecados. Comencé el libro queriendo a Carrie, la princesa Leia Organa que debe ser salvada de los malos, y acabé el libro queriendo a Carrie, una mujer sola alzando su voz en un escenario en un tono quijotesco, ella sola salvando a los malos y a los buenos.

Eve Babitz, o Hollywood es Babilonia.

Eve Babitz: no, tampoco tenemos ninguno de sus libros en la biblioteca, aunque si sabemos buscar dentro de algunos de los que sí tenemos seguro que la encontramos unas cuantas veces, porque habrá pocos libros sobre Marcel Duchamp que no reproduzcan en su interior la famosa foto del artista jugando al ajedrez con una modelo desnuda, que resulta no ser modelo sino Eve Babitz: surfista, ilustradora de portadas de discos, periodista y escritora. Ahijada de Stravinsky, novia de Jim Morrison, Eve Babitz se convirtió en uno de los iconos de la movida artística y cultural de Los Angeles en los 60 y 70. En 2018 se publicó su primer libro traducido en España (El otro Hollywood, por Random House) de modo que quizá en adelante veamos más obras suyas en las estanterías.

Me siento a leer el libro de Eve Babitz porque me contaron que era la historia de iniciación de una escritora; leo en inglés y avanzo por el vocabulario y aguanto la tentación de consultar un mapa de California mientras leo. Un sencillo deslizar de las yemas de los dedos sobre la pantalla y podría salir de dudas -sin apartarme demasiado del libro- sobre el aspecto que tiene el árbol llamado Jacaranda (como la protagonista) o la distancia entre Sacramento y Los Angeles. Sex and rage es una novela de tono autobiográfico poco oculto -ha cambiado unos cuantos nombres pero las experiencias son las mismas- de modo que Jacaranda es Eve, Los Angeles es Los Angeles y Nueva York es Nueva York.

Entre estas dos ciudades se desarrolla esta novela de iniciación en la que nos hablan de fiestas, alcohol y drogas, de coches y de tablas de surf, de casas abandonadas en la playa y lujosas oficinas en rascacielos, de amigos traicioneros y de amigos traicionados, de artistas bohemios y de empresarios de éxito.

©1963 Julian Wasser

Eve Babitz se muestra a sí misma en otra cuando nos describe la sofisticada decoración de la casa de uno de sus opulentos acompañantes: en una pared, una foto del artista Marcel Duchamp sentado jugando al ajedrez frente a una mujer desnuda -como el arquetipo del cuadro clásico “El pintor y la modelo”. El lector que se haya molestado en googlear a esta autora verá entonces que está bromeando al incluir a Eve Babitz (modelo) como personaje involuntario de la novela de Eve Babitz (escritora). Se trata de la foto que tomó, de modo bastante improvisado, el fotógrafo Julian Wasser en la inauguración de la Exposición de Marcel Duchamp en el Museo de Arte de Pasadena en 1963: el amante de Eve Babitz, un galerista de arte, no le proporcionó entrada VIP para evitar que se encontrara con su esposa, de modo que Eve, de 20 años, accedió -o propuso, hay leyendas urbanas sobre esto- a Marcel Duchamp de 76, posar desnuda jugando al ajedrez con el maestro. Además de epatar al galerista y a su mujer, se convirtió en parte de una de las fotos más famosas de todos los tiempos.

Dos mujeres descalzas.

Desnuda no, pero descalza pasa Jacaranda/Eve buena parte de su novela; nos cuenta que se crió en una casa a la orilla de la playa, con la tabla de surf en su habitación; que vivía descalza, con callos en los pies (la piel morena y curtida por el sol y la sal); nos cuenta el sufrimiento que le produce en las fiestas a las que acude en Los Angeles y en Nueva York, el vestido ajustado y los tacones altos, ir disfrazada de otra persona, quizá de la autora que no llega a ser. Descalza también acude Carrie Fisher a las tablas: las representaciones de su monólogo Wishful drinking las hacía descalza sobre el escenario del teatro, de alguna manera mostrándonos su propio equilibrio igual que Eve Babitz nos cuenta que el equilibrio -sus pies sobre la tabla de surf- es lo que le permite vivir y avanzar.

 

Honorio Penadés, bibliotecario