120 pulsaciones por minuto: la indiferencia también mata

Pedro Almodóvar se encuentra ahora mismo en plena competición por la Palma de Oro del Festival de Cannes por su última película Dolor y Gloria. Si gana, el director se llevaría el máximo galardón de los festivales internacionales de cine en el que ha competido cinco veces más (en 1999 con Todo sobre mi madre, en 2006 con Volver, en 2009 con Los abrazos rotos, en 2011 con La piel que habito y en 2016 con Julieta) y en el que ha recibido varios honores, aunque nunca el máximo premio que otorga el festival francés. Además, es el único español que ha inaugurado el festival, algo que ocurrió en 2004 con La mala educación y el primer español en presidir el jurado. Fue en la 70º edición y compartió jurado con, entre otros, la actriz Jessica Chastain, el actor Will Smith y los directores Park Chan-wook y Paolo Sorrentino.

Su edición, hace solo dos años, acabó coronando a la película sueca The Square, dirigida por Ruben Östlund y dándole el Gran Premio del Jurado (el segundo máximo galardón de la competición) al filme francés 120 pulsaciones por minuto. Sin embargo, Almodóvar confesó en una rueda de prensa, visiblemente emocionado, que no había sido capaz de convencer al resto de jurado de darle la Palma de Oro a 120 pulsaciones por minuto. «Cuenta la historia de auténticos héroes que salvan muchas vidas», sentenció el director manchego.

Así, el filme dirigido por Robin Campillo aborda la lucha de un grupo de activistas LGTB, miembros de Act Up, una asociación francesa a principios de la década de los 90 que luchó por conseguir una mayor visibilidad e implicación del Gobierno y de las farmaceúticas en la lucha contra el sida, cuando esta enfermedad acababa con la vida de numerosos miembros del colectivo LGTB. El filme, que está disponible en la biblioteca,  fue elegido como el representante de Francia a los Oscar y recibió 13 nominaciones a los Premios César de la Academia de cine francés, ganando el premio a la Mejor Película.

La estructura de la película es peculiar, pues la trama empieza a través de Nathan, un nuevo integrante de Act Up, que llega a la asociación y va descubriendo el funcionamiento del grupo: sus reuniones, sus acciones y al resto de los miembros. Aun así, el protagonista está en un segundo plano que cambia completamente hacia mitad de la película. En ese momento, la película se centra en Sean, un miembro también del grupo con el que Nathan ha ido forjando una relación y que se encuentra infectado por el VIH. De este modo, la segunda parte nos muestra el proceso de la enfermedad de Sean hasta el final. La película trata así de enseñarnos primero la acción de la asociación contra la indiferencia estatal, para después poner el foco de verdad en qué es lo que supone esa indiferencia que trata de combatir Act Up: la muerte de muchas personas.

Como la mayoría de películas de temática LGTB, el filme es un drama que deja un sabor amargo, aunque este sí que abre una ventana a la esperanza con la lucha de un colectivo que no tiraba la toalla porque se jugaba, literalmente, la vida. Hoy, el VIH se estudia y se han conseguido ciertos avances que posibilitan una larga vida por parte de las personas infectadas. Sin embargo, no hace mucho, esta epidemia era ignorada por parte de los gobiernos estatales y se la consideraba “el cáncer gay”. Dicha indiferencia causó la muerte, entre 1981 y 2007 de hasta 25 millones de personas, especialmente en África. Hoy, la enfermedad sigue causando numerosas muertes en los países pobres debido a problemas estructurales que van desde la falta de acceso al agua potable a la no llegada de las medicinas.

 

 

Iñaki Parra Lázaro

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