El lobo de Wall Street

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Esta semana nos fijamos en una película ruidosa, frenética y de un gigantismo expresivo. Es la recuperación por parte de Martin Scorsese, y de Thelma Schoonmaker, la montadora con la que ha trabajado desde hace 35 años, al estilo ultrarrápido y complejo que manejaban en los años 90, y que contuvieron después en una serie de películas más pausadas y clásicas. En Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano, documental en el que el director repasa las películas que lo marcaron, describe una evolución en el género de gángsters, que parte de la violencia esquizofrénica para derivar en un crimen más sofisticado pero menos enérgico, bajo la tapadera de la actividad financiera. El tratamiento del género que ha hecho Scorsese a lo largo de su obra sigue una trayectoria similar, y El lobo de Wall Street representa este último paso. Pero su protagonista, Jordan Belfort y sus colegas en Stratton Oakmont no han adaptado su forma de actuar a su fachada institucional, sino que conservan la energía de los gángsters originales, manifestada en una continua embriaguez orgiástica y ritual. Este estado alterado es el fin último de los corredores que llenan las filas de la agencia de Belfort, un subidón colectivo sin pausa que transforma las fiestas en una continuación del trabajo (o al revés) y al que la forma de la película se adapta.

El montaje domina una explosión controlada de estilos y técnicas que esquiva las muchas posibilidades de volverse cacofónica. La narración en off de Leonardo DiCaprio / Jordan Belfort es uno de los recursos más presentes, en ocasiones con el propio personaje saliéndose de la historia y rompiendo la cuarta pared, como si tratase al público de la película del mismo modo que a los asistentes de los seminarios que da. En torno a esta voz se construye una serie de formas de expresión muy variadas, cada una de ellas valiosa por sí misma, y también por el contraste y el desvío que supone con respecto a las demás. Entre estas formas hay manipulación del tiempo, simulación de estados mentales deformados, cámaras situadas en todos los puntos de vista imaginables, planos secuencia complejos, e incluso conversaciones restringidas a un modelo de plano-contraplano, pero cuyo diálogo fluye derivando en el absurdo. Esta euforia estilística tiene la capacidad de estimular la percepción sensorial del espectador, permitiendo un juego activo con la manera en la que siente y piensa la película.

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Ésta empieza con un anuncio corporativo de la agencia de Belfort, su imagen pública, que enlaza con una de las muchas ceremonias desmadradas que se celebran en su interior, en la que se desarrolla una competición de lanzamiento de enanos. Este choque de códigos es constante, hasta el punto de entremezclarse de forma violenta. Por ejemplo, la secuencia del arresto del protagonista se presenta como un vídeo publicitario de sus cursos de corredor de bolsa. Como buen drogadicto, Jordan Belfort tiene un comportamiento inestable, contradictorio y afectado, a medio camino entre la interpretación consciente y el éxtasis narcótico. De esta manera, una boda que podría salir de la comedia romántica más pulcra comparte presencia con bacanales barrocas sin que se anulen entre sí. Como han mencionado varios críticos, no hay interés en indagar en la psicología de un personaje, sino en poner en escena un comportamiento o un estilo de vida que materializa las ambiciones más comunes en la cultura contemporánea. En su manera de presentarlo, Scorsese propone relaciones inesperadas, en un terreno en el que convergen la publicidad y los discursos motivacionales con las drogas estimulantes y el ansia destructiva, borrando de paso toda idea de seriedad o nobleza relacionada con el esfuerzo económico y los grandes emprendedores. En el mejor diálogo de la película, Mark Hanna (Matthew MacConaughey), mentor de Belfort en sus primeros años como corredor de bolsa, le explica que su trabajo no consiste en crear ni producir algo concreto, sino en mantener una ilusión para que sus clientes adictos mantengan el dinero en movimiento. Esta idea podría servir para condensar la idea que El lobo de Wall Street propone sobre el poder económico moderno y los que lo manejan: un estado desvinculado de la realidad que avanza sin frenos hacia ninguna parte.

Podéis encontrar El lobo de Wall Street en la biblioteca. Pasad un buen fin de semana.

Hugo Poderoso Silgado (alumno de la UC3M)

 

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