La fiesta del chivo, Mario Vargas Llosa

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¿Por qué hablar ahora de La fiesta del Chivo, cuando ya han pasado tantos años desde su publicación? En primer lugar porque es, en mi opinión, una magnífica novela y en segundo lugar, porque se acerca el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres y esa fecha se escogió porque en un día como ese, las hermanas Mirabal fueron asesinadas por orden de Rafael Leónidas Trujillo,  el «Chivo»  que da título a esta obra.

Para los que no hayáis oído hablar de él, Trujillo gobernó la República Dominicana durante 31 años, ya sea de forma directa o a través de presidentes títeres y en realidad el verbo no debería ser gobernar, sino tiranizar, ya que ejerció  su poder de forma autoritaria, cruel y sangrienta y a él se deben episodios como el genocidio haitiano, el asesinato de Jesús Galíndez,  o, como ya hemos dicho, el asesinato de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal. La historia de ese asesinato se toca tangencialmente en la novela pero es uno de los acicates que decide a un grupo de trujillistas a acabar con la vida del dictador:

«A los cuatro, lo ocurrido a las Mirabal les hacía chirriar los dientes y les daba arcadas, mientras comentaban la muerte, allá en las alturas de la cordillera, en un supuesto accidente automovilísitco, de esas tres increíbles hermanas.»

En las páginas de este libro vemos al dictador en sus últimos días, al grupo de hombres que va a atentar contra él, a sus colaboradores, como el siniestro encargado del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), Johnny Abbes García, o el apocado Joaquín Balaguer, quien al final demuestra tener un agudo instinto de supervivencia o Agustín Cabral, padre de Urania, el otro personaje protagonista de la novela.

Todos ellos viven bajo el terror, el terror de ser torturados por oponerse a los deseos del Gran Benefactor, el terror de caer en desgracia por atreverse a contradecirle, el terror de que un día él o su hijo Ramfis, demore la mirada en una esposa, en una hija, en una hermana.  Porque otra forma de ejercer el poder y el terror es violar a las mujeres, que para ellos dejan de ser personas y se reducen a una parte del cuerpo: en toda la novela son abundantes las referencias de estos personajes a unos pechos, un culo o un «coñito». Y lo peor es que ellos no consideran esa violencia censurable: es un honor que se fijen en una mujer, en la elegida, como si ellas fueran bombones en el escaparate de una pastelería. Tanto es así que al hablar Urania de una antigua compañera del colegio que fue violada por Ramfis, su prima Lucinda, que no se acuerda del nombre de la muchacha, se refiere a ella como «la del lío con Ramfis´».  Y lo que más nos impresiona es lo que Urania nos va desvelando a lo largo de la trama, que en su caso,  esa violencia fue consentida por su padre, quien aterrorizado por haber caído en desgracia, ofrece el sacrificio de la virginidad de su hija de 14 años al dictador… Desgraciadamente, ningún ángel salva a Urania, que huye a los Estados Unidos y no retoma el contacto con su familia hasta que con 49 años regresa a la isla, quizá para acabar con los demonios que la acompañan desde el día en que fue invitada a una fiesta que resultó ser solo para dos: ella y el «Chivo».

Me sorprenden la entereza y la soledad de la Urania adulta, que consiga sobrevivir 35 años sin contarlo (salvo a Sister Mary, la directora de su colegio que le consigue la beca para estudiar en los Estados Unidos), sin necesitar ayuda psicológica, que el estudio y el trabajo hayan bastado para que siga viviendo, que lo único que se haya desmoronado en ella sea su sexualidad…pero claro, esto es ficción, aunque cuente cosas muy reales.

Marian Ramos

2 respuestas en “La fiesta del chivo, Mario Vargas Llosa

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